Permítaseme lo más socorrido: ¡no es el debate, imbécil! Es
el debate sobre el debate. Eso es lo importante. Al debate, aun en momentos de
record de audiencia, acude mayoritariamente un público convencido de sus
opciones, que sólo busca confirmar lo que ya tiene decidido. Luego hay un
porcentaje no muy significativo que sólo busca el entretenimiento, habituados
como estamos en esta campaña al infoespectáculo, para luego poder comentar en
la cafetería o en el trabajo.
Y hay también un tercer grupo, numéricamente insignificante,
que es el de los activistas: varios miles, según el partido, que siguen el
dictado de sus coordinadores de campaña para amplificar en redes los mensajes
del día, colocar un TT con el slogan del momento y votar a destajo en los
medios digitales que piden valoración sobre el debate para hacer ganar al
candidato.
Estos son los protagonistas; todos ellos importantes.
Necesitamos a los primeros para generar audiencia masiva y ampliar la atención
mediática; a los segundos como amplificadores en las comunidades locales. Pero
los terceros son los más importantes.
Antes los equipos de campaña organizaban a sus activistas
para llamar a los espacios radiofónicos con micrófonos abiertos a la audiencia.
Era habitual escuchar intervenciones de oyentes supuestos militantes
desencantados del partido adversario. Ahora se trata de jalear (tuitear),
repetir (retuitear) las ideas que el equipo de campaña ha pasado previamente. Y
generar tendencia y convertirla en exitosa. Como exitoso fue, por ejemplo, que
el ocultado mediáticamente Alberto Garzón ganara en las redes el posdebate a
cuatro de Atresmedia al que no había sido invitado.
Pírrico triunfo porque a la audiencia millonaria del debate,
difundido por las diversas cadenas de radio y televisión del grupo Planeta, hay
que sumar la amplificación posterior merced al reflejo mediático de lo dicho
por los líderes elegidos, los debates entre analistas políticos y las decenas
de reportajes sobre preparativos, ambiente, polémicas, frases controvertidas… Y
ese ya es un público no convencido, más bien curioso, y al que sí puede influir
la cascada de imágenes con los únicos cuatro protagonistas del primer debate o
los dos del segundo, si no olvidamos del debate 9 que los directivos de RTVE intentaron fantasmizar. Por qué han sido ellos los elegidos -4 y 2- es otra
cuestión.
El “cara a cara” Rajoy-Sánchez ha repetido y ampliado el
esquema. Esta vez han sido todas las cadenas de radio y televisión las que se
han sumado. Horas y horas de debate con expertos y políticos elegidos en
función de los intereses de cada empresa, ajenos al obligado pluralismo de los
medios de comunicación, tanto públicos como privados. En ese terreno de debate
sobre el debate ya no están los convencidos, sino muchos ciudadanos en busca de
luz. Con expertos y políticos invitados, red en mano, a la caza de indecisos.
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